miércoles, 10 de julio de 2013

PAX AVANT 2013: Un paseo por las nubes


Orbea había preparado con mucho mimo esta cita. Se notaba en cada detalle. Incluso antes de empezar. El hecho de posponer la cita, volver a abrir las inscripciones, y sobre todo, devolver el dinero a todos los que se habían inscrito inicialmente, es un detalle, que hoy en día con los tiempos que corren es difícil de ver. Esto demostraba una vez más que Orbea, a diferencia de otras pruebas cicloturistas de más reconocido prestigio (por ahora), no organizaban esta su fiesta, para inflar sus arcas, si no como un elemento más de buen marketing para disfrute de todos los amantes del mundo de la bicicleta.

Oiremos de todo sobre la dureza del recorrido, incluso barbaridades, pero lo cierto es que el recorrido y los perfiles estaban publicados con mucha anterioridad y quién más quién menos, ya conocía la dureza de cada uno de los puertos, aunque es cierto que por separado y en diferentes pruebas. Por lo tanto, cada uno tiene que ser consciente de sus limitaciones, y sobre todo de la preparación necesaria para abordar una jornada de dureza extrema como la que prometía Orbea. Por mi parte, nada que objetar en ese aspecto. Un recorrido increíble, fascinante, con puertos interminables de rampas que desafían la ley de la gravedad. Todo ello aderezado con un día de sol espléndido de los que ya creíamos que no existían por estas latitudes.

El día comienza pronto para nosotros; Recogida de dorsales a las 06:30 y desayuno apresurado, pues el hotel, en un detalle claramente mejorable, dado que la mayoría de sus huéspedes participaban en la prueba, abre el restaurante a las 07:00, cuando la salida de la prueba larga es a las 08:00. Así que salimos con la tortilla en la garganta y el estómago todavía procesando los cereales y pastelitos que sólo pudimos degustar los que estábamos a las puertas a las 06:59, pues se agotaron demasiado pronto. ¡Nocilla! ¡Siempre se olvidan la Nocilla!

En fin, se corona Laza sin mayor novedad, y se empieza a subir Larrau. El ritmo se vuelve exigente, y un kilómetro antes de coronar ya me doy cuenta que a diferencia de otras marchas, ésta no va a consistir en hacer mejor tiempo que tus compañeros de grupeta (que también) si no en una lucha contigo mismo, donde tu capacidad de sufrimiento, motivación personal y mentalidad, van a ser la herramienta imprescindible para solamente acabar la prueba. Volveremos a esto más tarde, pero nunca sobre la bici había tenido estas sensaciones de poner el cuerpo al límite. Solo comparables a lo que he sentido en los últimos kilómetros de las dos maratones que he finalizado.

Larrau se baja muy rápido, así que mis esperanzas de recuperar los 40 segundos perdidos con el grupo cabecero se desvanecen muy rápido. Al revés, no me encuentro nada seguro, y entre las sombras, la miopía, los desniveles y el estado de la carretera, decido que queda mucho verano por delante, y además, con rozaduras de asfalto por el cuerpo no se duerme nada bien. Como en todas las pruebas, cada uno arriesga lo que quiere, pierdo muchos puestos en las bajadas, pero mi estrategia para la “supervivencia” ya está clara: Recuperar en las bajadas y a mi ritmo en las subidas. El ritmo endiablado de cabeza se va cobrando las primeras víctimas y en las cunetas se van hospedando inquilinos que sin reserva previa ocupan plaza, en muchos casos llevándose la mano al hombro, mal presagio.

Empieza Bagargi, tras unos pocos kilómetros de aclimatación, las rampas se hacen verticales e infinitas. El 34x27 que había montado “por si acaso”, se convierte en mi mejor aliado. Subo la mayor parte de este impresionante puerto con él, y poco a poco voy recuperando las posiciones que perdí en la bajada. Aunque todavía es pronto, el esfuerzo para derrotar a este coloso se hace notar, el calor empieza a apretar y el cansancio empieza a aflorar, pero en vez de pensar en lo que queda, hago la tercera cruz de victoria en el itinerario: uno menos. Si la bajada de Larrau era peligrosa, no tengo palabras para describir ésta, carretera estrecha, llena de baches y con canales de agua que parten la carretera (y alguna llanta).

Tras un pequeño descanso, empieza Issarbe. La señalización intenta también minarte la moral, tras ya casi tres horas de pedales, un cartel de 125km a meta no ayuda mucho, pero yo prefiero pensar en lo que sentiré cuando ese “1” desaparezca del cartel, estará casi hecho. La verdad es que no debo ir mal, porque apenas recuerdo la subida a Issarbe, me pongo un desarrollo ligero, empiezo a pensar en otras cosas, y el hecho de ir cogiendo a gente me motiva para no hacer caso a las señales que van enviando las piernas. Recuerdo ya a gente tumbada a la sombra recuperando y refrescándose en las aguas que caen por la ladera. Apenas coronar encuentro el primer avituallamiento en el que decido parar, y veo lo que me perdí por no parar en el de Bagargi. A las típicas cosas que te encuentras en otras marchas, aquí puedes encontrar un buen surtido de frutas frescas, frutos secos, pasteles de diferentes clases, bebidas isotónicas e incluso te sirven pasta recién hecha. Sólo echo de menos una coca-cola. Como dice nuestro amigo “Eneas”, una buena marcha para engordar, aunque dudo que aquí lo consigas. De nuevo un 10 para la organización. A los múltiples avituallamientos se unen un buen puñado de voluntarios que en diferentes coches suben y bajan sin descanso cada uno de los puertos, repartiendo continuamente botellines de agua a quién lo solicite. Incluso han ido dejando grandes bidones por las subidas para que nos sirviésemos nosotros mismos. ¡Qué tomen nota!

Pero a lo que vamos, otra cruz más en el itinerario y ya sólo quedan dos (o tres). El col de Lie, es una pequeña emboscada que a estas alturas se convierte casi en otro coloso. Un poco más de sufrimiento y otra cruz en el camino. Gel arriba y a recuperar para el último. Enseguida empieza el col de Labays con unos 2 primeros kilómetros terroríficos que no bajan del 9%. Los franceses, que tienen muy bien explotado el turismo cicloturista por esta zona, tienen marcado cada kilómetro de puerto. Faltan 16km para coronar y mi única motivación ahora para seguir es ver cuál es el porcentaje medio del siguiente kilómetro: Si es menos de 7% (que es raro) me pongo contento, si pasa de 9% (que es lo normal) me cago hasta en el bandido Fendetestas, que no tiene la culpa de que yo haya decidido venir, pero ayuda a liberar tensión. Y si está entre el 7 y el 9, pues hasta me da igual….

Pasan los kilómetros, y en contra de lo que yo pienso no debo ir mal, pues sigo pasando gente. Entre el 24 y el 27, a ratos, me noto cómodo, voy suelto, y los calambres que tanta guerra me suelen dar, no han hecho acto de presencia, así que “parriba”. Cuando faltan 5 km, esos presagios que siempre tenemos se hacen realidad e incomprensiblemente tras 11km de subida pincho la rueda de atrás. Tras la desilusión inicial, pues veo que hacer menos de 8 horas se va a hacer ya muy difícil, me relajo y cambio la cámara con tranquilidad. Me pasan algunos compañeros que amablemente me ofrecen su ayuda, pero me sobrecoge de sobremanera un amable trotamundos que se para, y aunque yo le digo que siga, que me las arreglo sólo pues ya casi he acabado, me recoge la cámara vieja y los desmontables y me los mete en el maillot mientras yo hincho la rueda. ¡¡¡¡MUCHAS GRACIAS COMPAÑERO!!!!

En fin, me rehago del incidente, vuelvo a coger ritmo, miro el reloj y me digo a mi mismo que todavía es posible, si llego antes de las 15:20 arriba, estará hecho. El descansito me ha venido hasta bien. Parece que llevo un ritmo más ligero y no tardo en adelantar a todos los que me habían pasado mientras cambiaba la rueda. De repente, otra vez la misma sensación de ir pegado a la carretera. ¡He vuelto a pinchar la misma rueda!, y ahora sí que la he liado pues no tengo más cámaras de repuesto. Una voluntaria aguadora, de esas que suben y bajan, me dice que a 4km hay avituallamiento, ¡con servicio técnico! Que a ver si puedo llegar y que me cambian ellos la rueda. Nunca había visto nada así en una prueba, así que eso me motiva para volver a dar aire e intentar llegar. Apenas aguanto 500m y me quedo sin aire. Repito la operación tres veces, y tras un ligero hartazgo subo los dos últimos kms sin aire (en la rueda tampoco). Llego al avituallamiento, y eso es como el paraíso: Un compañero les había avisado y estaban a punto de salir en misión de localización y ayuda. Me reciben con el mismo entusiasmo que mis niños al volver de un viaje de trabajo: Uno me coge la bici, otra me llena los botellines, otra me dice que coma y me da la bandeja de pasteles… Así que mientras el mecánico me cambia y me hincha la rueda, yo me hincho a pastelitos de manzana, sé que no los necesito porque me queda poco, pero ¡me apetece!

Todo arreglado, y por supuesto que agradecidísimo a toda la organización pero en particular a ese puesto en el alto de Labays, sigo para arriba. Sí, ¡para arriba! Tras coronar un puerto de 16km con una pendiente media de casi el 9%, ¡No se baja nada! ¡Comienza el puerto de la Piedra de San Martín! Es cierto que ya no es tan duro, pero quedan 5km hasta la estación y 8 hasta la cima. En esos falsos llanos, tras semejante esfuerzo, es un error relajar la musculatura, y varios compañeros parece que se han quedado sin batería y conectan los móviles a las piernas para sacar provecho de los dichosos calambres. Yo, para evitarlo, como he descansado un poco, y los pastelitos de manzana me han dado fuerzas, pongo plato y no lo quito hasta que quedan 2km y las rampas se vuelven a hacer fuertes. Nunca había visto en una prueba tanta gente andando con la bici al lado (y me imagino que serán de la corta, pues de la larga no me han pasado tantos). Esto da otra idea de la dureza de la prueba.

Corono la Piedra de San Martín, y ahora ya sí que está todo hecho. Me relajo, y la pendiente favorable y el viento a favor me llevan de vuelta a Isaba. Ocho horas y media sobre la bici. Estoy como muerto, pero un poco peor. Sin embargo, he disfrutado minuto a minuto (buenos algunos no tanto). Me reencuentro con mi amigo Wizo, del que en un avituallamiento había oído que iba dando guerra en el grupo de los elegidos y haciendo sufrir a los que iban disputando. Me lo esperaba de él. Me cuenta que ha sufrido uno de sus “wizazos” y que en el último puerto ha tenido que parar y comerse media producción anual de naranjas de Valencia para recuperar (pero en el avituallamiento todavía quedaban más). Aún y todo ha sido uno de los 18 elegidos que ha conseguido bajar de las 8 horas. Nos empezamos a contar nuestras andanzas y sentimientos, y poco a poco el “¡nunca más!” de nada más acabar, se va convirtiendo en un “quizás volvamos el año siguiente”.

Una experiencia extraordinaria, con una organización inmejorable, en el que el único punto negro lo hemos vuelto a poner los cicloturistas (otra vez): Me dolía el alma ver unos parajes por los que pasan tres coches al día, llenos de botellas de plástico vacías y envoltorios de geles y barritas tirados por el suelo. ¡Cuando aprenderemos a guardarlos en el maillot y tirarlos en un contenedor en el próximo avituallamiento o en la meta! De verdad que no pesan tanto y que no afectan al tiempo total.

ZORIONAK, ETA ESKERRIK ASKO ORBEA!

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